La
iglesia quiere que todos sus hijos vivan profunda y conscientemente en misterio
de Cristo. Este deseo de la iglesia nace de su propia misión de evangelizar,
santificar y guiar a los hombres hacia la vida eterna.
Esta misión la
realiza la iglesia de muchas maneras: una de ellas es ayudando a los cristianos
a revivir durante el año la obra salvadora de Jesucristo. Ello lo hace por
medio del llamado AÑO LITURGICO
dentro del cual se conmemoran los misterios de nuestra redención, es decir,
desde la encarnación, la navidad, la cuaresma, el misterio pascual, Ascensión,
pentecostés y hasta la festividad de Cristo rey.
El año litúrgico es el ciclo de
fiestas y domingos que a lo largo del año civil van proporcionando al cristiano
el medio más adecuado para llegar al conocimiento del misterio de la salvación.
Todo este ciclo gira en torno a la gran Fiesta
de la pascua.
“La iglesia conmemorando los misterios de la
redención, abre las riquezas del poder santificador, y de los meritos de sus
señor, de tal manera que en cierto modo se hacen presentes en todo tiempo para
que puedan los fieles ponerse en contacto con ellos y llenarse de la gracia de
la salvación”.
Con el adviento comienza el
año litúrgico la palabra “adviento” significa
llegada. ¿De qué llegada se trata? De la de nuestro salvador Jesús. La iglesia
quiere, en estos días de espera que preceden
a la navidad, llenarnos de aquellos mismos deseos con que los patriarcas, los
profetas y todas las almas piadosas, que Vivian antes de Jesucristo, suspiraban
por la venida de un libertador. Cierto que Jesús había venido ya. Pero debe
volver, al fin del mundo, para juzgarnos.
Y debe sobre todo venir a
nuestros corazones y estar en ellos cada vez más plenamente.
Durante el adviento oiremos
como san Juan Bautista preparó a los hombres para la venida del Salvador. En el Jordán, los
bautizó para que cambiasen de vida. Después les predicó y les pidió que
abandonaran el pecado y practicaran el bien. De esta misma manera nos
preparamos nosotros para la venida del Señor: abandonando el pecado y haciendo
el bien por amor a Dios.
TIEMPO
DE CUARESMA.
(ORNAMENTOS
MORADOS).
Ya ha llegado el tiempo de prepararse santamente
para la gran fiesta de pascua.
Todos los cristianos deben considerar la Cuaresma
como un tiempo que Dios nos concede para arrepentirnos de nuestros pecados,
para luchar contra los vicios y para amar mejor a Dios. Como antiguamente el profeta
Joel, así la Iglesia nos invita ahora a hacer penitencia para conseguir el
perdón de nuestros pecados y para poder, al llegar la Pascua, gustar de la
alegría que el Señor Resucitado concede a los que viven en estado de gracia.
SEMANA
SANTA.
Entramos en la última semana de Cuaresma.
Es la semana grande, por la grandeza de los misterios que en ella se celebran.
La Iglesia nos lleva paso a paso trás Jesús en estos últimos días de su vida
terrestre. Son los días de dolor. Vamos a asistir a la muerte del Hijo de Dios;
pero también a su resurrección. Recordemos que nuestros pecados contribuyeron a
clavar a Jesús en la cruz. Que nuestros corazones se llenen ahora de compasión
por los padecimientos de nuestro Salvador, a fin de que tengamos parte en ellos
para salvación nuestra.
FIESTA DE NAVIDAD.
25 DE DICIEMBRE
(ORNAMENTOS BLANCOS).
¡Navidad! ¡Navidad! Anuncio
de alegría, ¡oh radiante noche que llena el canto de los Ángeles y que ilumina
la estrella milagrosa! El divino Niño ha nacido ya. La segunda Persona de la
Santísima Trinidad, Dios Hijo, une su
naturaleza divina a la naturaleza humana y trae la paz a los hombres de buena
voluntad. Que nuestros corazones se entreguen a la piedad y a la alegría. Al altar
va a venir, de una manera invisible pero absolutamente real, este mismo Jesús
que se reclinó en el pesebre de Belén.
Adorémosle; y para
recibirle, llevémosle un corazón lleno de amor.
EPIFANIA DE NUESTRO SEÑOR.
6
DE ENERO (ORNAMENTOS BLANCOS).
“Alegraos en el Señor –exclama
San León Magno– porque a los
pocos días de la solemnidad de la Navidad de Cristo, brilla la fiesta de su
manifestación; y el que la Virgen había dado a luz en aquel día, es reconocido
en éste por el mundo (Homilía 32,1). Jesús se manifiesta hoy y es reconocido
como Dios.
“Hemos visto su estrella en Oriente y
venimos con dones a adorable”. En estas palabras del versículo del Aleluya
sintetiza la Misa este día la conducta de los Magos.
Divisar la estrella y
ponerse en camino, fue todo uno. No dudaron, porque su fe era sólida, firme,
maciza. No titubearon frente a la fatiga del largo viaje, porque su corazón era
generoso. No lo dejaron para más tarde, porque tenían un ánimo decidido.
En el cielo de nuestras almas aparece
también frecuentemente una estrella misteriosa: es la inspiración íntima y
clara de Dios que nos pide algún acto de generosidad, de desasimiento, o que
nos invita a una vida de mayor intimidad con él. Si nosotros siguiéramos esa
estrella con la misma fe, generosidad y prontitud de los Magos, ella nos
conduciría hasta el Señor, haciéndonos encontrar al que buscamos.
Los Magos continuaron buscando al Niño aún
durante el tiempo en que la estrella permaneció escondida a sus miradas;
también nosotros debemos perseverar en la práctica de las buenas obras aún en
medio de las más oscuras tinieblas interiores: es la prueba del espíritu, que
solamente se puede superar con un intenso ejercicio de pura y desnuda fe. Sé
que Dios lo quiere, debemos repetirnos en esos instantes, sé que Dios me llama,
y esto me basta: “Sé a quién me ha confiado y estoy seguro” (2Tm. 1, 12); sé
muy bien en qué manos me he colocado y a pesar de todo lo que pueda sucederme,
no dudaré jamás de su bondad.
Animados con estas
disposiciones, vayamos también nosotros con los Magos a la gruta de Belén. “Y
así como ellos en sus tesoros ofrecieron al Señor místicos dones, también del
fondo de nuestros corazones se eleven ofrendas dignas de Dios” (San León Magno,
Homilía, 32, 4).
JUEVES
SANTO.
(ORNAMENTOS
BLANCOS).
La Misa del Jueves Santo nos
recuerda la institución misma de este sacrificio, cuando en la última Cena, “la
víspera de su Pasión”, el Salvador convirtió el pan en su Cuerpo y el vino en
su Sangre, para darse en alimento a sus discípulos. Pero, no contento con
fortalecer a sus apóstoles en esta primera y emocionante comunión, quiso por medio
de ellos extender este don de la Eucaristía a la humanidad entera: por eso les
mandó que ellos a su vez repitieran lo mismo que Él había hecho.
Toda la Misa del Jueves Santo
está llena de este recuerdo de la Eucaristía y del amor perene de Jesús a
nosotros, al que por nuestra parte debemos corresponder con nuestra adoración
al Santísimo Sacramento expuesto permanentemente. También se nos recuerda el
gran “mandato” de nuestro Señor, el de la caridad fraterna. Debe conocerse que
somos cristianos porque nos queremos unos a otros con amor verdadero, de obras,
como el que mostró Jesús a sus discípulos lavándoles los pies.
EL
VIERNES SANTO.
(ORNAMENTOS
ROJOS).
El Viernes Santo nos recuerda la muerte de
nuestro Señor y Salvador Jesús. Es un día de intenso luto, porque lloramos a
Cristo muerto de la cruz por expirar los pecados que hemos cometido nosotros.
Sus padecimientos son vivos y profundos; su muerte, dolorosa como no ha habido
otra. Pero sabemos que Jesús no queda muerto para siempre: va a resucitar, y la
Noche de Pascua vendrá después del Viernes Santo.
Hoy no se celebra Misa. Pero al final de la
comunión con las formas consagradas en la Misa del Jueves Santo, que para eso
se trasladan del monumento al altar. Así en esta solemnidad litúrgica de la
“tarde de la Pasión y Muerte del Señor,” leemos en la Sagrada Escritura,
elevamos a Dios nuestras oraciones, adoramos la cruz y nos unimos al Señor por la
comunión.
VIGILIA
PASCUAL Y PASCUA.
(ORNAMENTOS
BLANCOS).
Con
la Santa Noche Pascual, que va desde la tarde del Sábado Santo hasta la mañana
del Domingo de Resurrección, la Iglesia celebra la más grande de todas las
solemnidades del año litúrgico. Porque en esta noche feliz nuestro Señor Jesucristo resucitó, saliendo victoriosamente del
sepulcro.
Con su muerte pagó la deuda del pecado y de la muerte que desde Adán
tenían los hombres contraída. Con su Resurrección gloriosa venció para siempre
a la muerte y al pecado, y devolvió a los hombres la gracia de Dios que se les
había dado al principio, antes del pecado. En adelante son llamados otra vez a
hacerse hijos de Dios, a poseer la vida eterna y la felicidad del cielo. Ese es
el motivo de esta Vigilia pascual, tan santa y tan solemne.
Vigilia quiere decir “velada, noche pasada en vela”, porque
en esta santísima noche la Iglesia vela y ora para honrar la Resurrección del
Señor. Así ella se une a la vida nueva y divina que el Señor va a extender con
mayor abundancia sobre todos los que se juntan en su nombre. Esta vigilia es
una fiesta, la verdadera fiesta de Pascua.
PENTECOSTÉS.
(ORNAMENTOS
ROJOS).
Cincuenta
días después de la Resurrección del Salvador, estando reunidos los apóstoles en
el Cenáculo, el Espíritu Santo bajó sobre ellos, como Jesús les había prometido.
A todos los que han recibido el bautismo, el Espíritu Santo se les da como a
los apóstoles, pero a cada uno en la medida en que Dios quiere. Hay que pedir
mucho al Espíritu Santo, para que su amor nos mantenga fieles a Jesús. Hay que
pedirle mucho igualmente que dirija bien a toda la Iglesia en la tierra,
principalmente a nuestro Santo Padre el Papa, a nuestro Obispo, a nuestro
párroco y a todos los sacerdotes.
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LOS COLORES DEL CALENDARIO LITÚRGICO.
El calendario litúrgico de la Iglesia se
divide en: Adviento, Navidad, Tiempo
ordinario, Cuaresma, Pascua, y Pentecostés.
Los colores que utiliza el sacerdote en la
casulla están determinados por el ciclo litúrgico o por la fiesta que se
celebra en ese día y nos están hablando así:
El color
verde se utiliza durante el Tiempo Ordinario y nos habla de esperanza y
vida.
El color
morado: se usa tanto para la Cuaresma, como para el Adviento, así como el
día de los fieles difuntos y representa la penitencia y el ayuno.
El color
rojo es para el domingo de Ramos,
Viernes Santo, Pentecostés,
el día de la Santa Cruz y también para la fiesta de algún mártir y simboliza el
amor y el testimonio.
El color
Blanco se utiliza en Pascua, Navidad y nos recuerda la pureza, la alegría y
la fiesta.
Fuente: Manual del Monaguillo
Fuente: Comisión de Promoción Vocacional Sacerdotal Arquidiocesana.