Revista Monaguillos

               

jueves, 22 de agosto de 2013

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EL AÑO LITÚRGICO


La iglesia quiere que todos sus hijos vivan profunda y conscientemente en misterio de Cristo. Este deseo de la iglesia nace de su propia misión de evangelizar, santificar y guiar a los hombres hacia la vida eterna.


     Esta misión la realiza la iglesia de muchas maneras: una de ellas es ayudando a los cristianos a revivir durante el año la obra salvadora de Jesucristo. Ello lo hace por medio del llamado AÑO LITURGICO dentro del cual se conmemoran los misterios de nuestra redención, es decir, desde la encarnación, la navidad, la cuaresma, el misterio pascual, Ascensión, pentecostés y hasta la festividad de Cristo rey.

    El año litúrgico es el ciclo de fiestas y domingos que a lo largo del año civil van proporcionando al cristiano el medio más adecuado para llegar al conocimiento del misterio de la salvación. Todo este ciclo gira en torno a la gran Fiesta de la pascua.

   “La iglesia conmemorando los misterios de la redención, abre las riquezas del poder santificador, y de los meritos de sus señor, de tal manera que en cierto modo se hacen presentes en todo tiempo para que puedan los fieles ponerse en contacto con ellos y llenarse de la gracia de la salvación”.


                                                                                                                                                                                                                         TIEMPO DE ADVIENTO. 
                                                                             (Ornamentos morados)
                                                                                  

Con el adviento comienza el año litúrgico la palabra “adviento” significa llegada. ¿De qué llegada se trata? De la de nuestro salvador Jesús. La iglesia quiere,  en estos días de espera que preceden a la navidad, llenarnos de aquellos mismos deseos con que los patriarcas, los profetas y todas las almas piadosas, que Vivian antes de Jesucristo, suspiraban por la venida de un libertador. Cierto que Jesús había venido ya. Pero debe volver, al fin del mundo, para juzgarnos.
Y debe sobre todo venir a nuestros corazones y estar en ellos cada vez más plenamente.


Durante el adviento oiremos como san Juan Bautista preparó a los hombres para la  venida del Salvador. En el Jordán, los bautizó para que cambiasen de vida. Después les predicó y les pidió que abandonaran el pecado y practicaran el bien. De esta misma manera nos preparamos nosotros para la venida del Señor: abandonando el pecado y haciendo el bien por amor a Dios.




TIEMPO DE CUARESMA.
(ORNAMENTOS MORADOS).


    Ya ha llegado el tiempo de prepararse santamente para la gran fiesta de pascua. 
Todos los cristianos deben considerar la Cuaresma como un tiempo que Dios nos concede para arrepentirnos de nuestros pecados, para luchar contra los vicios y para amar mejor a Dios. Como antiguamente el profeta Joel, así la Iglesia nos invita ahora a hacer penitencia para conseguir el perdón de nuestros pecados y para poder, al llegar la Pascua, gustar de la alegría que el Señor Resucitado concede a los que viven en estado de gracia.


SEMANA SANTA.
    Entramos en la última semana de Cuaresma. Es la semana grande, por la grandeza de los misterios que en ella se celebran. La Iglesia nos lleva paso a paso trás Jesús en estos últimos días de su vida terrestre. Son los días de dolor. Vamos a asistir a la muerte del Hijo de Dios; pero también a su resurrección. Recordemos que nuestros pecados contribuyeron a clavar a Jesús en la cruz. Que nuestros corazones se llenen ahora de compasión por los padecimientos de nuestro Salvador, a fin de que tengamos parte en ellos para salvación nuestra.




FIESTA DE NAVIDAD.

25 DE DICIEMBRE (ORNAMENTOS BLANCOS).
 
¡Navidad! ¡Navidad! Anuncio de alegría, ¡oh radiante noche que llena el canto de los Ángeles y que ilumina la estrella milagrosa! El divino Niño ha nacido ya. La segunda Persona de la Santísima Trinidad, Dios Hijo, une su naturaleza divina a la naturaleza humana y trae la paz a los hombres de buena voluntad. Que nuestros corazones se entreguen a la piedad y a la alegría. Al altar va a venir, de una manera invisible pero absolutamente real, este mismo Jesús que se reclinó en el pesebre de Belén.
Adorémosle; y para recibirle, llevémosle un corazón lleno de amor.






EPIFANIA DE NUESTRO SEÑOR.
6 DE ENERO (ORNAMENTOS BLANCOS).


    “Alegraos en el Señor –exclama
San León Magno– porque a los pocos días de la solemnidad de la Navidad de Cristo, brilla la fiesta de su manifestación; y el que la Virgen había dado a luz en aquel día, es reconocido en éste por el mundo (Homilía 32,1). Jesús se manifiesta hoy y es reconocido como Dios.

    “Hemos visto su estrella en Oriente y venimos con dones a adorable”. En estas palabras del versículo del Aleluya sintetiza la Misa este día la conducta de los Magos.
Divisar la estrella y ponerse en camino, fue todo uno. No dudaron, porque su fe era sólida, firme, maciza. No titubearon frente a la fatiga del largo viaje, porque su corazón era generoso. No lo dejaron para más tarde, porque tenían un ánimo decidido.

    En el cielo de nuestras almas aparece también frecuentemente una estrella misteriosa: es la inspiración íntima y clara de Dios que nos pide algún acto de generosidad, de desasimiento, o que nos invita a una vida de mayor intimidad con él. Si nosotros siguiéramos esa estrella con la misma fe, generosidad y prontitud de los Magos, ella nos conduciría hasta el Señor, haciéndonos encontrar al que buscamos.

    Los Magos continuaron buscando al Niño aún durante el tiempo en que la estrella permaneció escondida a sus miradas; también nosotros debemos perseverar en la práctica de las buenas obras aún en medio de las más oscuras tinieblas interiores: es la prueba del espíritu, que solamente se puede superar con un intenso ejercicio de pura y desnuda fe. Sé que Dios lo quiere, debemos repetirnos en esos instantes, sé que Dios me llama, y esto me basta: “Sé a quién me ha confiado y estoy seguro” (2Tm. 1, 12); sé muy bien en qué manos me he colocado y a pesar de todo lo que pueda sucederme, no dudaré jamás de su bondad.


Animados con estas disposiciones, vayamos también nosotros con los Magos a la gruta de Belén. “Y así como ellos en sus tesoros ofrecieron al Señor místicos dones, también del fondo de nuestros corazones se eleven ofrendas dignas de Dios” (San León Magno, Homilía, 32, 4).




JUEVES SANTO.
(ORNAMENTOS BLANCOS).


La Misa del Jueves Santo nos recuerda la institución misma de este sacrificio, cuando en la última Cena, “la víspera de su Pasión”, el Salvador convirtió el pan en su Cuerpo y el vino en su Sangre, para darse en alimento a sus discípulos. Pero, no contento con fortalecer a sus apóstoles en esta primera y emocionante comunión, quiso por medio de ellos extender este don de la Eucaristía a la humanidad entera: por eso les mandó que ellos a su vez repitieran lo mismo que Él había hecho.

Toda la Misa del Jueves Santo está llena de este recuerdo de la Eucaristía y del amor perene de Jesús a nosotros, al que por nuestra parte debemos corresponder con nuestra adoración al Santísimo Sacramento expuesto permanentemente. También se nos recuerda el gran “mandato” de nuestro Señor, el de la caridad fraterna. Debe conocerse que somos cristianos porque nos queremos unos a otros con amor verdadero, de obras, como el que mostró Jesús a sus discípulos lavándoles los pies.


EL VIERNES SANTO.
(ORNAMENTOS ROJOS).

    El Viernes Santo nos recuerda la muerte de nuestro Señor y Salvador Jesús. Es un día de intenso luto, porque lloramos a Cristo muerto de la cruz por expirar los pecados que hemos cometido nosotros. Sus padecimientos son vivos y profundos; su muerte, dolorosa como no ha habido otra. Pero sabemos que Jesús no queda muerto para siempre: va a resucitar, y la Noche de Pascua vendrá después del Viernes Santo.
 Hoy no se celebra Misa. Pero al final de la comunión con las formas consagradas en la Misa del Jueves Santo, que para eso se trasladan del monumento al altar. Así en esta solemnidad litúrgica de la “tarde de la Pasión y Muerte del Señor,” leemos en la Sagrada Escritura, elevamos a Dios nuestras oraciones, adoramos la cruz y nos unimos al Señor por la comunión.





VIGILIA PASCUAL Y PASCUA.

(ORNAMENTOS BLANCOS).


Con la Santa Noche Pascual, que va desde la tarde del Sábado Santo hasta la mañana del Domingo de Resurrección, la Iglesia celebra la más grande de todas las solemnidades del año litúrgico. Porque en esta noche feliz nuestro Señor Jesucristo resucitó, saliendo victoriosamente del sepulcro. 
Con su muerte pagó la deuda del pecado y de la muerte que desde Adán tenían los hombres contraída. Con su Resurrección gloriosa venció para siempre a la muerte y al pecado, y devolvió a los hombres la gracia de Dios que se les había dado al principio, antes del pecado. En adelante son llamados otra vez a hacerse hijos de Dios, a poseer la vida eterna y la felicidad del cielo. Ese es el motivo de esta Vigilia pascual, tan santa y tan solemne.


Vigilia quiere decir “velada, noche pasada en vela”, porque en esta santísima noche la Iglesia vela y ora para honrar la Resurrección del Señor. Así ella se une a la vida nueva y divina que el Señor va a extender con mayor abundancia sobre todos los que se juntan en su nombre. Esta vigilia es una fiesta, la verdadera fiesta de Pascua.



PENTECOSTÉS.
(ORNAMENTOS ROJOS).


Cincuenta días después de la Resurrección del Salvador, estando reunidos los apóstoles en el Cenáculo, el Espíritu Santo bajó sobre ellos, como Jesús les había prometido. A todos los que han recibido el bautismo, el Espíritu Santo se les da como a los apóstoles, pero a cada uno en la medida en que Dios quiere. Hay que pedir mucho al Espíritu Santo, para que su amor nos mantenga fieles a Jesús. Hay que pedirle mucho igualmente que dirija bien a toda la Iglesia en la tierra, principalmente a nuestro Santo Padre el Papa, a nuestro Obispo, a nuestro párroco y a todos los sacerdotes.


   





- LOS COLORES DEL CALENDARIO LITÚRGICO.

   El calendario litúrgico de la Iglesia se divide en: Adviento, Navidad, Tiempo ordinario, Cuaresma, Pascua, y Pentecostés.


   Los colores que utiliza el sacerdote en la casulla están determinados por el ciclo litúrgico o por la fiesta que se celebra en ese día y nos están hablando así:

   El color verde se utiliza durante el Tiempo Ordinario y nos habla de esperanza y vida.

   El color morado: se usa tanto para la Cuaresma, como para el Adviento, así como el día de los fieles difuntos y representa la penitencia y el ayuno.
 
   El color rojo es para el domingo de Ramos,
Viernes Santo, Pentecostés, el día de la Santa Cruz y también para la fiesta de algún mártir y simboliza el amor y el testimonio.


   El color Blanco se utiliza en Pascua, Navidad y nos recuerda la pureza, la alegría y la fiesta.

Fuente: Manual del Monaguillo
Fuente: Comisión de Promoción Vocacional Sacerdotal Arquidiocesana. 
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